¡La Salud Mental llega a Oaxaca!
- Carlos Zamarripa
- 19 jul 2022
- 3 Min. de lectura
No podía ser de otra forma, Lupsu logra un espacio en el más extraordinario rincón de México; La ciudad Zapoteca de Oaxaca ahora es territorio de la salud mental.
Nací en tierra Hidrocálida en los 90’s, soy hijo de dos culturas, nieto de cuatro.
He viajado por 34 países, cientos de ciudades, cuatro continentes y miles de horas de vuelo. En mi aventura comí lo impensable, he vivido unos días entre el desierto del Sahara y otros en los glaciares de la Antártida, en el Polo Norte he visto las luces y dormido bajo las estrellas de los Andes, pero después de 2021, nada volvió a ser igual:
Viaje a una ciudad olvidada por los catadores de urbes y de la cual crecí escuchando sus maravillas, sin saber que ese lugar ya esperaba por mi.
Llegué al sur de México en pleno corazón de la pandemia, ignorante hasta ese momento de la enorme aventura que me esperaba.
Con sorpresa me encontré con Oaxaca de Juarez una mañana de Abril de 2021, y sin más preámbulo, casi como un golpe de realidad, fui transformado entre la incredulidad y la incertidumbre por las calles de la ciudad, maravillado por su sabores y hechizado por el sondio del zapoteco, que hasta entonces jamás había escuchado y que se habla afuera del templo de Santo Domingo, y que convive con otras lenguas e idiomas en la calle de Alcalá. Allí me enamoré hasta el tuétano de una frase para la que hay que nacer “en valles” para entenderla en su totalidad: “Dios nunca muere”, pero honorariamente la hice mía. Porqué me sentí Oaxaqueño.

Oaxaca me ofreció casa. Aún no dejaba mi maletas y ya había respirado “leña de hogar”, caminado entre el chocolate de agua y comido Memelas, que son un despertar para quien pretende colarse en las entrañas del que ya sabía, era un país, dentro de mi país.
Descubrí Oaxaca al lado de los oaxaqueños, ellos me abrieron las puertas de su estado, me enseñaron dónde comer, que ver, hasta cómo entender los signos del oro y el tapiz en las bóvedas de la historia que se guardan intactas en cada esquina. César me enseñó el arte del Mezcal, ¡Porqué quien no toma mezcal, no entiende la pureza del agave! Aprendí la tradición milenaria de saborear un espadín, o poder disfrutar un ensamble.
Me gustó poder decir "Chicatana", "Jalatlaco", "Tlahuitoltepec", "Mixteca", "Istmo", "Putla" y "Chilacayota", qué delicia para mis cinco idiomas, no saber el significado de las lenguas del sur.

Los Tiliches, espíritus de Putla que caminaban por las calles flotando entre colores y algarabía, fueron un milagro para mi fe. ¡Estaban vivos! y paseaban por Xochimilco, el barrio de colores que conduce hasta el cerro del Fortín, donde ocurre la indescriptible Guelaguetza.
Y así, bajo el mismo significado de compartir, como hacen los pueblos tan diversos del sur, ahora mi profesión se suma a la fiesta máxima de Oaxaca, y se prepara para llevar lo que la vida me ha regalado: ¡Acompañar la salud mental!
Este verano, Lupsu, el proyecto que nació en la Gran Vía de Madrid, inicia sus labores entre las calles de esta ciudad grandiosa y deseo que sea el principio de una vida de trabajo con la mente y las experiencias de los Oaxaqueños.
¡Feliz de llevar hasta el Sur, el regalo que me hizo Psique y que hoy tanto anhelo compartir! ¡Hoy sé que si México fuera un cuerpo, Oaxaca sería el corazón! Y allí, es donde sucede el arte de la salud mental.
Bienvenidos a Lupsu.
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