Taizé, France: une nuit pluvieuse...
- Carlos Zamarripa
- 13 may 2020
- 4 Min. de lectura
Hubo una vez un pueblo de la Borgoña Francesa, donde siempre llovía y las fronteras entre lo humano y lo divino se rompían en medio de un canto a la simplicidad...
Hoy hace 10 meses que deje Francia, mi casa durante unos meses donde no puedo decir cuándo inicie a vivir, y cuando desperté del sueño que no puede ser contado, sino vivido.

"No tenía ni la menor idea de lo que me iba a encontrar, pero sabía que pasaría los meses entre el final de la primavera y el principio del verano, en una colina prácticamente aislada de las urbes europeas, e inmersa en la calma de las praderas infinitas del suroeste francés."
Llueve en plena primavera en Aguascalientes, la media noche está cercana, y el viento fresco que se cuela por mi ventana me trae el olor de los campos verdes de Cluny y la brisa de Ameugny, casi tan reales como si pudiera sentirlos...
Un peregrino sin expectativas.
Llegué a Taizé, Francia, en Abril de 2019, guiado por una promesa a un amigo que algunos años atrás había muerto, y a otro con quien unos meses antes me había tomado el mejor café de olla en un restaurante yucateco del "Jardín del Encino", en pleno corazón Hidrocálido.
No tenía ni la menor idea de lo que me iba a encontrar, pero sabía que pasaría los meses entre el final de la primavera y el principio del verano, en una colina prácticamente aislada de las urbes europeas, e inmersa en la calma de las praderas infinitas del suroeste francés. Lo que no sabía era que, en una comunidad de unas tantas casas y cientos de tiendas, se anidaba el corazón de la Europa moderna, esperando la última campanada de la pascua para volver a reunirse. Y así fue.
Fui llevado a una pequeña cabaña/recepción con olor a carbon y cientos de tazas-bowl de color rojo con té, donde me dieron la bienvenida junto al Esloveno que había conocido de camino al sitio, un médico pasante de 27 años, que estaba por terminar su carrera en la Universidad de Maribor y que se había vuelto mi amigo; casi sin darme cuenta de que mi concepto americano de amistad distaba mucho del que podía sentir en esa villa que pintaba todo místico por encima de cualquier otro lugar.
Unos minutos después apareció un chico Alemán y me dio la bienvenida en un español casi perfecto, "Tú debes ser Carlos" dijo, seguramente con indicaciones del religioso Suizo que había sido mi contacto en los últimos meses, y que aún no conocía más allá de los fríos email que manteníamos una o dos veces por semana.
El alemán me pidió esperar a alguien que hablara mi idioma, y que no me dio oportunidad de explicarle que podía comunicarme en la lengua de alguno de los grupos que se habían reunido conversando en inglés, francés e italiano... y de pronto, una sonrisa enorme me apreció de frente, tenia rizos largos y desordenados, me saludó en un castellano casi envidiable, -Soy Sara-, dijo, y yo sonreí al escuchar la voz de quien estaba seguro ya se había vuelto otra nueva amiga. -"¿Qué me pasa?", soy una muralla difícil de cruzar, y hoy cualquiera parece convertirse en mi próximo "trip mate" después de un par de minutos en "casa" - Me dije en silencio-.
Sara me explicó todas las reglas del lugar, (en realidad no había ninguna), pero había que guardar el protocolo, me encaminó al mostrador y entregué mi pasaporte y unos 50€ que debía cubrir, por venir de un país en desarrollo y que me dejaba entre la población de los más vulnerables. Nunca me percaté que México aparecía así en las estadísticas globales y que había que fingir que era por estar en "América del Sur". Mejor ni discutirlo.
No me asignaron ninguna actividad especial para mi semana en el campo, pero al llegar después de las inscripciones regulares de la semana, me fue asignada una cabaña y no una tienda, hoy todavía me pregunto si habría resistido la lluvia en medio de la simplicidad de una vida que nunca había encontrado en mi ruidoso día a día. Y la respuesta la trajo el tiempo: el cambio.
En la villa, conocí las mezclas humanas más extraordinarias: Filipinos que vivían en Frankfurt, Polacos que ayudaban en servicios de migración Ucranianos, la reina del vino Alemán, que me contaba feliz y orgullosa sobre su exhaustivo trabajo recorriendo la patria, un corredor que había participado en las olimpiadas de Londres 2012, un Portugués que me suplicaba contarle más sobre mi profesión, ya que no sabia aún que es lo que quería estudiar, y en apenas una semana, ya había cruzado el mundo entre Congoleses y extrañamente uno que otro Francés. Todo había pasado tan rápido que no supe cuándo avanzó el tiempo.
Un día pasé a vivir en una casa donde hasta la Torre de Babel se hacía pequeña comparada con la diversidad que había en ese lugar, compartí cuarto con un Húngaro, un Indio, un Surcoreano y un Venezolano, no recuerdo cuando fue la ultima vez que había escuchado tantas formas de hablar Inglés en un sólo momento, pero, había allí un lenguaje más grande que en anglosajón, y ese, era el lenguaje del Universo, el que me preparaba al cambio, uno que todos sabíamos que hablábamos, pero nadie se atrevía a afirmarlo...
Taizé fue una experiencia de aprendizaje y de resiliencia, pero esta no será la primera ni la última vez en que habré de narrar sobre ello, por ahora, sigo repitiendo las palabras que se quedaron guardadas en mi mente y plagadas en la médula de mi psique:
"Heureux qui s'abandonne à toi, Ô Dieu, dans la confiance du coeur. Tu nous gardes dans la joie, la simplicité, la miséricorde."
Habrá que haber pasado por la Borgoña para entender lo mucho que guarda dentro tan corto texto, pero por ahora, la aventura se inclina hacia la interminable madre patria, donde todo comenzó y por lo que he querido volver a encaminar mis pasos al sendero que conduce hacia la verdad.
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